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viernes, 17 de enero de 2014

¿Tienes hambre?... o ¿Ansiedad?

Muchas veces nos encontramos en la situación de sentir antojos repentinos o no poder resistirnos a un atracón de comida basura. Es curioso que rara vez ocurre que se nos antoje de repente algo sano, como por ejemplo una manzana, unas cuantas nueces, un ramillete de espinacas…  ¿Por qué será?
Encima caemos en la trampa de sentirnos culpables si sucumbimos a las tentaciones, ya que somos plenamente conscientes de que ingerimos comida con alto contenido de grasas y/o azúcar, sin gran valor nutricional y que suele añadir calorías vacías o inútiles a nuestro metabolismo. Ser conscientes de que el acto de comer repercute directamente sobre nuestra salud, para bien y para mal, ayuda mucho en comprometernos con una alimentación más sana. Pero mi experiencia me ha demostrado que nada nos puede salvar de los caprichos. Eso sí, está en nuestras manos decidir si alimentarnos de caprichos a diario o permitirnos pequeños caprichos de vez en cuanto.

Seguro que hay muchas técnicas o trucos para conseguir limitar estos chips o chocolatinas de máquina que solemos picar entre horas. Os cuento lo que a mí me funciona mejor. Es tan simple como hacerme a mí misma la pregunta: lo que siento ahora mismo ¿es hambre de verdad o una ansiedad por la comida? Si noto mi estómago vacío, es obvio que tengo que comer algo, aunque falte todavía una hora para la comida. En estos casos está muy bien tener a mano algo de fruta,  un puñado de almendras o avellanas (si están crudas y sin sal mejor que mejor) o un trozo de chocolate negro de calidad. Y si, por el contrario, me doy cuenta de que lo que siento es una frustración, una distracción o un impulso por ¨matar el tiempo¨ comiendo, me detengo y me hago otra pregunta más. ¿Es lo que realmente me apetece? Os sorprenderá la mar de veces que estamos utilizando la comida para resolver otro tipo de problemas o simplemente obviar los problemas que se nos presentan a diario.

Esta técnica, claro está, no nos librará de los antojos. Pero por lo menos nos hace pensar un poco antes de sucumbir o no. A fin de cuentas tener el mismo capricho cada día lo convierte en un simple hábito que con el tiempo suele dejar de proporcionarnos placer.